viernes, 11 de enero de 2013

Cortando tormentas





      Antiguos relatos familiares daban cuenta de la habilidad de ciertas personas para “cortar” tormentas amenazantes. Era habitual que se mencionara ese tema en alguna de esas reuniones familiares motivadas, casi siempre, por dos acontecimientos igualmente importantes; uno era celebrar algún casamiento y el otro el velorio de un desafortunado integrante del clan que partiera en busca de mundos mejores. 
      Recuerdo especialmente un velorio en el campo, hace una pila de años, allá por la zona de San Carlos Sur, como yendo para Matilde.
     La vieja casona de campo estaba rodeada por una larga fila de volantas y sulkys y en el patio, cerca del galpón, la fogata preparando los brasas para el asado de la cena. Muchos parientes venían de lejos y pasarían la noche alternando visitas a la capilla ardiente o dormitando de a ratos sobre cueros de oveja tirados en el piso del galpón.  
     En el enorme living de la casona estaba instalada la capilla ardiente con el féretro flanqueado por coronas de flores, velas, crucifijos e imágenes de cuanta virgen encontraron a mano.  Y ahí en la ronda de sillas que rodeaba el cajón estaba la desconsolada viuda, que entre rezos y llantos contaba a quien quisiera escuchar cómo fue que  un rayo le pegó justito al finado cuando salió a encerrar las vacas para ordeñar. Era lógico entonces que se hablara de tormentas peligrosas. 
     Los hombres en cambio - entre los que andaba yo de pantalones cortos - estaban en el patio, al reparo del galpón y calentando el cuerpo al resplandor del fuego, mientras circulaba de mano en mano el mate y alguna botella de caña fuerte. Las historias que contaban pasaban de uno a otro tema, pero todas referidas a desgracias y accidentes increíbles.
    Y no faltó el tano viejo y memorioso que mezclando idiomas hablara de tornados y tifones:
    -Uno tifóne grande nos agarró en el mare, cuando estábamo en el barco que nos traía de la Italia. Il vento forte me sacó de la cubierta e a la voltereta por il cielo, volando como pajarito, fui a caer medio trastornato en la costa del Brasil. ¡Grazie al cielo! porque del barco nunca más se supo.-
     No recuerdo si le creyeron o no, pero a partir de esa anécdota la puerta estaba abierta para las historias más fantásticas. Y no eran pocas por cierto. 
     -Papá solía cortar las tormentas clavando en el patio un par de hachas – dijo mi tío Ricardo -  una con el mango apuntando al sur, que es de donde vienen y la otra con el mango apuntando el Este, que es por donde se van. Y no caía una gota. Algunos días después  había que sacar las hachas, si las dejábamos mucho tiempo se quemaba la cosecha por la sequia.
     -Mi abuelo era Friulano – comentó un vecino del finado -  y ellos la cortaban a su manera; cuando al sur aparecían las nubes negras con un borde blanco adelante, el abuelo salía al patio con el Sveterli, apuntaba al cielo, hacia una cruz con el caño del arma y le rajaba un chumbo a la tormenta. Después seguía con el trabajo. Si llegaban las nubes, seguro que no caía más que algunas gotas.- 
     -La abuela las cortaba con el cuchillo grande de la cocina- comento un primo – hacía tres cruces en el aire mientras rezaba una oración secreta en piamontés, después había que afilar de nuevo el cuchillo porque quedaba todo mellado y negro.- 

      Muchos años después, en una de las tantas reuniones en el taller donde se comenta desde política hasta religión, se me ocurrió contar esto. Por supuesto, cada uno de los presentes agregó algo al respecto, ya que el asunto este de cortar las tormentas es algo muy difundido en la cultura popular y cada uno tiene su propio sistema, aun en nuestros días.  
      Pero el que dio la nota fue el loco Humberto. Había terminado de barrer la vereda y cuando olfateó que había clima de anécdotas se arrimó a escuchar. Sentado en la esquina de la mesa fumaba con cara seria y cada tanto negaba con un movimiento de cabeza. 
    Al fin exclamó enojado:
    -¡Eso es sabotaje!-
    Fue como un balde de agua fría escuchar eso, el asombro nos dejó con la boca abierta,  esperando una explicación que no se hizo rogar: 
     -Hay tipos que se pasan días enteros estudiando los vientos, la temperatura, presión atmosférica, si es época del Niño o de la Niña. Arman todo el pronóstico y dan la señal de alarma, anuncian por radio y televisión que viene una tormenta peligrosa, recomiendan que todo el mundo se ponga a cubierto, guarden las gallinas, entren el auto al galpón por si caen piedras, los que tengan rancho que aten la cumbrera pa´que no se les vuele el techo...y resulta que una vieja haciendo cruces con un cuchillo les arruina el pronóstico.
 ¡Así no puede adelantar la cencia del estudeo!-