domingo, 19 de diciembre de 2010

Una navidad distinta


       Nada mejor para un inculto morador del interior de un país que casi se cae del mapa que  acrecentar sus conocimientos visitando en internet un foro de preguntas y respuestas, costumbre que adquirí hace algo más de un año.
Y cuando vi esta pregunta...
 - Navidad en el mundo ¿Sabes cómo celebran esta festividad las personas que viven en diferentes países?
... me pregunte que podía aportar yo que nunca viaje más que en auto y que lo que conozco del mundo es a través de Internet o algún libro que alguna vez leí.
Y entonces comencé a rebuscar entre la polvareda de mi memoria los días de pantalón corto, en mi pueblito natal de la pampa gringa, las calles de tierra, la heladera sin equipo de frío a la que se le ponía un cuarto de barra de hielo para mantener algunos alimentos, con un lechero que traía la leche en una volanta, sin red de agua potable, solo una bomba a manija, la época de los juguetes de madera y algunos modernísimos de plástico duro, que me prestaban para jugar los vecinos el día siguiente de navidad, a cambio de permitirles tirar con mi gomera de alta precisión hecha con una horquilla de Paraíso y gomas de alta calidad compradas en la ferretería a cambio de una semana de hacer mandados.
Pero hubo una navidad especial.
Con las costumbres de los gringos valesanos de mi pueblito natal.
A la siesta del 24 de diciembre, mientras con mis cinco o seis años jugaba en el patio de mi casa a perseguir bandidos como en la películas de vaqueros, en plena refriega llena de tiros y cabalgatas al frente de mi imaginaria partida de valientes, de pronto algo golpeó mi cabeza con fuerza y al instante una lluvia de masitas de esas con dulce arriba y de las otras que se deshacen con la lengua, comenzaron a desparramarse fuera del paquete de papel madera en que venían desde las manos del mismísimo Niño Jesús, que a esa hora de la tarde hacia su habitual sobrevuelo anunciando la noche buena.
Y al ratito la voz de mi mamá ordenando:
-Veni a lavarte y cambiarte que hay que llevarle la cartita al niño Jesús, sino no te va a traer nada.-
Cohetes en las patitas rumbo al baño y nada de plantear las cotidianas quejas por el jabón en los ojos.
Una hora más tarde, con ropa pituca y hasta peinado a la gomina,  estaba yo entregando en el almacén una carta con la prolija letra de mi mamá, que tenía como destinatario al Niño Jesús S / D y como destino “Cielo de San Jerónimo Norte”.
Dentro del sobre estaba el pedido al niño que hábilmente mi mamá había negociado conmigo y mi hermana la noche anterior.
Pero no había muchas esperanzas de que todo se cumpliera, por experiencias de años anteriores mi hermana y yo sabíamos que podía llover y el niño podría no llegar, o que al carro se le rompiera algo, o que, como sucedió el año anterior, a último momento un burro se empacara y el niño a pie y solo no alcanzó a repartir todos los juguetes por lo que algunos vecinos recibieron regalos y otros no.
 Después de cenar jugamos un rato en la cocina hasta que nos mandaron a la cama, con el firme y serio compromiso de mi papá de despertarnos ni bien pasara el niño.
Dejamos en el pequeño pesebre del comedor una copia de la carta que a escondidas había escrito mi hermana para asegurarnos que el niño sabría exactamente lo que queríamos y nos fuimos a la cama a dormir con un ojo, mientras el otro quedaba firmemente enfocado en la ranura de la puerta a la espera de ver encenderse la luz que anunciaría la tan esperada visita.
Y llego…y trajo todo lo que pedimos…
Estaba el “Expreso Montañés” a cuerda, y el autito a pedales, y la camiseta de Boca, y dos muñecas para mi hermana, una que le apretabas la panza y decía “mamá” y el jueguito de té con todas sus tacitas, la tetera  y hasta la bandeja, y unos zapatitos lindos y brillantes…y… algunas cosas más que no pedimos pero que mi papá había encargado por su cuenta ya que ese había sido un buen año de trabajo:
Un vestido lindo para ir a misa los domingos y unas lindas botitas de cuero para Mami, un pantalón y una remera para Papi y una radio de esas grandes, que cuando la encendíamos aparecían lucecitas atrás y por la que podría Mami escuchar en casa las novelas que antes escuchaba en casa de la vecina, y  Papi  podría escuchar “El Glostora Tango Club” mientras cenábamos y mi hermana y yo podríamos escuchar “Los Pérez García” y…
Nadie durmió esa noche, casi a la madrugada, a punto de asomar el nuevo día, las camitas tenían agregado al peso normal de nuestros cuerpitos, el desparramo de juguetes de una navidad diferente.
No siempre fue así, la vida a veces golpea duro el bolsillo de los padres y es muy difícil explicar esto a la inocencia de los niños.
Quizás por eso estas tradiciones, a pesar de los lindos recuerdos, tienen un sabor amargo.

 



Texto distinguido con "Mención Especial"


en el Certamen “Cuentos de Navidad” 3era. Edición  

organizado por la Sociedad Argentina de Escritores Seccional Coronda


sábado, 4 de diciembre de 2010

El viejo de la bolsa

Libros, carpetas, apuntes, el plato con los restos de una cena a las apuradas y la mente funcionando a pleno, “chupando” y acumulando información.
Anatomía Patológica no es cosa que se aprenda en un santiamén. Hay que quemarse las pestañas si uno quiere recibirse y acceder a un trabajo profesional que ayude al presupuesto familiar.
En eso estaba mi prima Aracelis.
Bajo el pelo enrulado las neuronas de la petisa funcionaban  a full, cuando la vista cansada de tanto leer se detuvo de pronto en una palabra: cirrosis
La habitación desapareció y el tiempo comenzó a retroceder hasta el año 1960.

Tenía en esa época cinco años y cuando el sol caía a plomo, apenas después de almorzar, la purretada se juntaba en la ochava de la esquina de su casa.
La vereda nueva recién hecha por el papá, que además, para dejar más presentable el trabajo hasta había cortado el pasto, era el lugar indicado para la reunión de pequeños que tenían la tajante orden de no bajar a la calle porque podía pasar un carro y asustarse el caballo, cosa que seguramente terminaría en un grave accidente como el que ocurriera días pasados y que costara la vida de un niño del barrio.
Estaban entretenidos en charlas y juegos, cuando de pronto vieron acercarse al más temido de los personajes asusta-niños de la época, negro, sucio, barbudo, fiero y caminando en dirección al grupo.
La reacción fue unánime, el desparramo de chicos se inició al grito de:
¡EL VIEJO DE LA BOLSA ¡
Aracelis no fue muy lejos, solo tuvo que correr unos pasos y entrar al patio y de ahí a la cocina a refugiarse asustada en los brazos de su mama que no entendía nada y le preguntaba que había visto.
-Al viejo de la bolsa…doblo en la esquina con una bolsa llena de chicos al hombro...y nos quería llevar…
La madre se echo a reír y tomándola del brazo la llevó de vuelta a la calle para ver al personaje.
-Ese es ma., ese es…- gritaba la pequeña Ara, escondiéndose detrás de su mamá y al ver que el temido viejo entraba en un ranchito a una cuadra de allí redoblo sus gritos:
-¡Y encima vive cerca…!
- Pero si es Isidoro pobrecito…-dijo su mamá
-¿se llama Isidoro?- pregunto Ara un poco mas tranquila al saber que su mamá lo conocía.
Entraron y la mamá le explico que aquel hombre no era el viejo de la bolsa, sino un pobre muchacho de apenas 25 años que por esas cosas de la vida se había dedicado a la bebida, que vivía en un estado de borrachera permanente, que estaba sucio y su aspecto era desagradable, pero que era incapaz de hacer daño.
Pasó el verano, comenzaron las clases y las preocupaciones fueron otras. Un par de veces más vieron a Isidoro siempre sucio y con su bolsa al hombro y comentaron la situación en sus reuniones en la esquina.
Y se sentian importantes porque ahora tenian su propio viejo de la bolsa, y hasta eran amigos de él.
Al llegar el verano siguiente, las reuniones en la esquina debían hacerse con más cuidado ya que habían hecho el pavimento y los bólidos de acero que pasaban ahora, eran mucho más peligrosos que un caballo desbocado.
Y un día apareció, era él aunque costaba reconocerlo. Sin dudas era Isidoro, pero ahora con el cabello cortado, afeitado y limpio.
¿Qué le pasaba a Isidoro? Tenia los ojos rojos, como inyectados en sangre…
Siguieron con sus juegos hasta que días después llegó la noticia: Isidoro había muerto y todos los chicos del barrio estaban de duelo, todos lloraban porque se había muerto SU viejo de la bolsa.
Alguien comentó:
-Y…era lógico, tenia el hígado quemado.
Aracelis preguntó a su mamá si Isidoro se había incendiado.
- No, es una enfermedad que tienen los que toman muchas bebidas alcohólicas fuertes: cirrosis

La habitación volvió a aparecer pero Aracelis siguió recordando el tiempo en que conoció al viejo de la bolsa. Los veranos no fueron iguales después de la muerte de Isidoro, faltaba el personaje más importante del barrio. No cualquier barrio tenía su propio viejo de la bolsa, ese terrible personaje de nuestra infancia, que los chicos de hoy desconocen.
Pequeñas e importantes anecdotas como esta, nos marcan a fuego.
Personajes, sucesos e histórias que hacen agradable el viaje de regreso a los felices e inocentes tiempos de nuestra niñez.