martes, 7 de septiembre de 2010

Era flaca, la flaca...

Los días de lluvia son un desastre en mi taller.
Para quien trabaja con resinas poliuretanicas, la humedad es algo que hay que tomar con paciencia y resignación y, a menos que se tengan importantes recursos en instalaciones, con controladores de humedad  y temperatura, lo único razonable es armarse de toda la paciencia que se pueda recolectar y esperar a que cambie el tiempo.
Y para eso nada mejor que matizar la espera con un café a la espera de la visita de algún amigo o vecino que esté en la misma tarea de practicar "alpedismo".
 Nada...ni clientes ni amigos de visita.
 Salí a la vereda y vi a mi vecino Juanca, acodado en el mostrador con cara de aburrido y cruce la calle para charlar un rato.Tema obligado: día de lluvia, poco o nada de movimiento comercial, hasta los perros están bajo techo, así nos fundimos...lo de siempre.
Volví al taller, colgué en su lugar en el tablero algunas herramientas de mano, barrí un poco, revisé un par de piezas moldeadas a la espera que estuvieran secas, pero estaban como recién hechas, un pegote imposible de tocar.
Estaba pensando en cerrar cuando apareció Pichón de Cura, llegó como siempre en su vieja bicicleta...buehhh...mas que vieja, diría que casi una pieza de museo, con caños soldados por todos lados y dos ruedas finitas, que milagrosamente todavía anda a pesar de haber sido construida en mitad del siglo pasado.
La apoyo en la pared, entro y se sirvió un cigarrillo de mi paquete según lo acordado: para no fumar, él no lleva cigarrillos y cuando no aguanta mas las ganas de echar humo, viene al taller y se fuma algunos de los mios.
Como parte del tácito acuerdo, cada tanto tiempo me trae uno o dos atados de regalo para compensar.
Acomodó el "tres patas", se sirvió una taza de café y a poco que estábamos charlando de cualquier cosa me preguntó como fue que vine a vivir a San Javier.
Mire por el portón la calle mojada y vacía y a falta de algo mejor empecé a contarle esa parte de mi historia.

Allá por el año 1970, yo recién salido de la secundaria técnica, trabajaba con mi viejo en su pequeña fabrica de motores.
Una vez por mes, cargábamos en un Jeep todos los motores que soportaban los elásticos de la suspensión y salíamos a recorrer pueblos para venderlos, teniendo como prioridad aquellos donde estaban cambiando la corriente.
En ese tiempo no existía la red interconectada nacional, cada pueblo tenia su usina propia que generaba corriente continua para iluminacion y algunas otras necesidades básicas, a partir de motores Diesel Blakstone que tenían un enorme volante de casi tres metros de diámetro y arrancaban con aire comprimido.
 Pero las cosas estaban cambiando, los electrodomésticos nuevos funcionaban a Corriente Alternada, por lo que había que cambiar todo, desde los generadores de la usina hasta los artefactos eléctricos domiciliarios.
Y ahí entrabamos nosotros a vender motores para lavarropas, bombeadores y cortadoras de césped.
Fue así que nos enteramos que en un pueblo de la costa llamado San Javier se había puesto en marcha el cambio.
Y vinimos a vender. Y nos gustó el lugar.
Tres años después, el 16 de Agosto de 1973 llegamos con la mudanza.
Atrás quedaba mi infancia y adolescencia en San Jerónimo Norte, un pueblito de inmigrantes Valesanos (Suizos del cantón de Valais), atrás quedaba la amargura de tener que liquidar la pequeña fabrica que ya no era rentable porque la producción en serie automatizada de las grandes fabricas hacían imposible la competencia.
"Al mal tiempo buena cara" dijo mi viejo, vendió la casa, remato las herramientas grandes y las maquinas y con lo que pudimos salvar, alquilamos un camión y nos vinimos a trabajar en este viejo galpón haciendo electricidad del automotor.
Al día siguiente de nuestra llegada hubo actividad agotadora durante todo el día, acomodando los muebles en la casa que alquilamos y las herramientas en el galpón que compro mi viejo con la plata de la venta de la casa de San Jerónimo.
A la tardecita, con casi todo en su lugar, cenamos temprano y salimos a caminar, en plan de conocer el barrio.
 Habíamos caminado media cuadra cuando vimos varias personas reunidas en la esquina y se escuchaba música de Chamamé.
Al llegar a la esquina vimos que la rampa del lavadero de coches estaba llena de gente encaramada al tapial, al parecer mirando algo que ocurría del otro lado.
Del otro lado del tapial estaba la pista de baile del gallego Jóse (así lo pronunciaban, acentuando la o ) y la milonga estaba a punto de comenzar.
A los codazos y como pude me trepé yo también al tapial y pude ver del otro lado una típica pista de baile de piso de ladrillos y rodeada de mesas con gente y botellas de todos los colores.
Estaba yo acomodando el cu...erpo sobre el tapial cuando por los parlantes se oyó una voz con fuerte acento Español diciendo:
-Señoras y señores, pista "La Taberna" tiene mucho gusto en presentarles a unos chavales locales que tocan chamamé, paso dobles y lo que pidan...
En medio de un estruendoso aplauso aparecieron al costado los mencionados "chavales" con sus instrumentos y comenzaron a subir la escalerita del escenario.
Al frente venia un gordito con su guitarra y enfilo derecho para subir, pero al llegar al último escalón tropezó y cayó de panza, desparramado en el escenario, mientras la guitarra caía del otro lado sobre una mesa haciendo una carambola con las botellas, ante la carcajada general.
Muchos años después, Goyo, el gordito del porrazo me contó como fue la cosa.
-Estábamos en la pieza grande de Papa Jose haciendo precalentamiento: afinar guitarras, calentar la garganta y entonar el espiritu con algo fuerte y se me fue la mano. Estaba casi en pedo cuando subi al escenario y ademas los escalones eran de madera fina y mal clavados por lo que era logico que terminara de panza.
Pero además me contó algunos detalles de como funcionaba el negocio.
Papa Jóse compraba los talonarios para las entradas y además compraba un par de talonarios con numero doble.
Como al baile venían madres con sus bebes, y bailar con un bebe en brazos no se puede, se lo dejaban a Papa Jose, que le daba a la madre un numero del talonario y el otro numero se lo prendía con un alfiler de gancho al bebe que terminaba durmiendo en la cama grande con ocho, diez o quince niños mas, dependiendo la cantidad del éxito del espectáculo.
Y no faltaba el niño que sintiendo hambre soltaba el llanto, y cuando llora uno, lloran todos.
Entonces se escuchaba por los parlantes la voz castiza de Papa Jose parando el baile para hacer un pedido:
-A las señoras madres de los niños  números  4. 7. 11 y 12 por favor que vengan a calmar a sus críos que están llorando.
Hecho el pedido el baile continuaba normalmente, mientras las madres en cuestión procedían a amamantar a los mencionados críos.
- ¿Y vos como sabes todos esos detalles? - le pregunté.
-Porque el Jóse era mi suegro, el papá de la flaca, mi mujer.
-Che, ¿como es eso de "la flaca"?..., me imagino que tu mujer tiene nombre.
Si, creo que si, pero para mi siempre fue "la flaca", y no es falta de respeto.
¡ Mira si sera flaca, que si mete los dedos en el enchufe, la corriente le erra las patadas...!

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