viernes, 9 de julio de 2010

Dia del Padre


DÍA DEL PADRE

Pasaron ya veinte años desde que falleciera mi viejo. Sin dudas, para aquellos que todavía disfrutan de su presencia física, es una fiesta celebrar el “Día del Padre”  más allá de las costumbres consumistas que implican una montaña de regalos.  Para mí que ya no lo tengo, significa un malón de hermosos recuerdos del tipo simple, del compinche y maestro que acompañó  los más importantes años de mi vida.
Quizás por eso de celebrar su día,  siento la necesidad de hablar de mi viejo.
Edisto Prudencio, extraño nombre ya lo creo. Si hasta él mismo se burlaba contando, como si hubiera sido espectador racional, que el día que lo bautizaron en el pueblito de inmigrantes se armó flor de lio porque el cura no quería aceptar ese nombre. Y mi abuelo, un piamontés porfiado como mula tuerta, le discutió al cura a los gritos mientras le mostraba un diario del año anterior que tenía una foto del vapor "Edisto",  de bandera Italiana, atracando en el puerto de Buenos Aires.
Y era entendible que mi abuelo discutiera e insistiera, ya que mi viejo era el menor de 11 hermanos y al piamontés se le habían terminado los nombres.
-¡O cuesto o nessuno!- dijo el Nono con cara desafiante.
Y el cura aflojó, ya que también él era piamontés, y el nombre de un vapor de "La patria del Dante" era algo a considerar.
Su mayor orgullo era contar que había hecho tres años seguidos el cuarto grado de la primaria, porque la escuela de campo solo tenía hasta cuarto grado por aquellos años de 1930. Y él quería aprender, pero tuvo que abandonar ya que las bromas de sus hermanos sugerían la sospecha de que estaba noviando con la maestra.
Mi viejo fue siempre mi amigo, además de mi maestro. Era raro verlo "de pinta", siempre anduvo de mameluco entre fierros y soñaba con tener una fábrica de cualquier cosa, pero que tenga una chimenea alta. Y en cierta forma lo logró ya que tuvo lo que hoy se llamaría una "Pyme" con varios empleados, pero la única chimenea era la del asador donde los domingos hacia el asadito para la familia.
Bonachón, inteligente, hábil con cualquier herramienta, era además el encargado de arreglar cuanto "entuerto" hubiera en la familia.
Si un cuñado andaba enojado con alguno de sus hermanos, o si alguna dama de la familia andaba en cosas raras, allá iba Don Edisto a hablar y a pesar de ser el menor, todos lo escuchaban y hasta lo llamaban cuando la cosa era complicada. Nunca le sobró la plata, pero varias veces puso su firma, arriesgando su casa, para "levantar" algún pariente en problemas. 
  Durante 12 años trabajamos juntos y jamás tuvimos una pelea simplemente porque si yo le discutía algo, el se quedaba callado y esperaba hasta que yo tenía que reconocer mi equivocación, y entonces, sin enojarse, solo con una sonrisa socarrona me decía:
- ¡Te falta tomar mucha sopa para ganarme una!-
Un viernes se quedo en la cama porque se sentía débil y le sangraban las encías. Un sábado, luego de varios análisis, el médico nos dio la puñalada: "Leucemia linfática aguda"... más que aguda, el lunes nos dejó y el martes lo enterramos.
Y pasaron muchos años en los que poco a poco aprendí a soportar su ausencia, pero todavía no me decidí a pintar las paredes del taller donde sus manos con grasa dejaron marcas como recuerdo. Todavía hoy sigo trabajando en el mismo taller que compartimos y cuando un trabajo no sale como quiero, siento el impulso de llamarlo para preguntarle cómo hacerlo.
Mi viejo, mi compañero, mi amigo, sigue estando ahí en el taller.
Lo que está en el cementerio y que casi nunca visito, es solo el traje biológico que usaba para desplazarse por este mundo.
Todos los días, cuando abro el taller y veo esas marcas de sus manos en las paredes, para mi es el Día del Padre.




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