jueves, 19 de febrero de 2015

Cuenta mi amigo Pichón...


Cuenta mi amigo Pichón que cuando era cana, hace muchos años, allá por sus comienzos en la fuerza policial, lo mandaron como comisario a un pueblo al norte de San Javier, un pueblito chiquito, casi una colonia con treinta casas, algunos ranchos y no más de quinientos habitantes.
Pueblo bravo si los hay, porque entre sus habitantes había toda una cultura de matarse en duelo de cuchillos al estilo criollo, aunque la mayoría era descendiente de inmigrantes, o en interminables venganzas a los chumbos entre familias. Según contaba con cara seria, ahí nadie moría de viejo y pocos llegaban a enfermarse.
Ante mi cara incrédula por ese pavoroso panorama de violencia, me lo graficó con una anécdota:
Baile en la pista de tierra, un poco mas allá de la ultima casa de la calle central. Arriba del carro que hacia de escenario, la orquesta de Chamamé (rock o Twist era considerada música de maricones). Boliche con vino en damajuana, enfriado en el aljibe, bajo la copa del Ingá del lado derecho del tronco. Del lado izquierdo, en un agujero del tejido, un paisano sentado frente a la mesa-boletería cobraba la entrada a los que venían al baile.En la mesa, además de los boletos y la caja de zapatos con la plata, había ocho o diez cuchillos de distintos tamaños.
Bajo supervisión del comisario, el paisano cobraba y antes de entregar el boleto hacia la pregunta de rigor:
-¿Tenes cuchillo?-
-No, señor.-
-¿Queres uno? -

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